Jugando con dragones de Víctor Deckard
Este libro lo he devorado lo que quiere decir que algo tiene. Ha sido un de estos casos en los que una lectura te agarra y no te suelta y luego, una vez has terminado el libro, se te queda una extraña sensación de vacío en el cuerpo. De todos modos no es una lectura que recomendaría a cualquiera. Pienso que la apreciará mejor un público muy determinado.
En primer lugar he de reconocer que este título no se encontraba dentro de mi plan lector. Me lo ha regalado mi hermano por mi cumpleaños y le ha salido bien la jugada. Es uno de estos temas que no no te llaman la atención en un primer momento por la razón que sea pero luego una vez te pones te engancha por algún extraño motivo que no alcanzas a comprender.
Mientras recorría sus páginas notaba como se removían muchas cosas dentro de mí que había tenido la ocasión de experimentar en primera persona y que no recordaba. No esa clase de nostalgia por tiempos pasados que te hace desear volver a un tiempo que ya ha pasado, más bien una revisitación de emociones que parecían haber caído en el olvido.
Lo que más me ha gustado ha sido el reconocimiento que se hace en sus páginas a la pasión y dedicación de la afición por la difusión de los juegos de rol y cómo consigue transmitir ese
sentimiento de comunidad que se respiraba durante aquellos días. Todo el mundo era bienvenido en las mesas y en asociaciones.
Me han encantado las entrevistas al final de cada capítulo. Tengo debilidad por este formato. Sobre todo las de las personas que afirman continuar jugando a día de hoy. Suena a final feliz de película de esos que te muestran después del fundido en negro. Incluso una, de un tipo que me pareció un poco gilipollas, la leí con la curiosidad por tratar de entender a un igual que con el paso de los años había evolucionado de una manera tan distinta a mí.
El libro establece lazos con otros campos, los librojuegos, videojuegos, cine y televisión por ejemplo. Permite tener una visión global de la que ni siquiera yo fui consciente en su momento. Algunos amigos me han contado que se aproximaron a los juegos de rol desde el ámbito del teatro. Esto en el texto no se cita y pienso que a lo mejor puede ser un punto interesante que en su momento alguien se anime a estudiar.
Mientras leía Jugando con dragones evidentemente había cosas que experimenté de manera diferente o que no me parecían del todo acertadas. Normal. Y me quedé con ganas de expresar lo que ocurrió desde mi punto de vista.
Empecé a jugar en 1994 un par de meses antes del crimen del rol que ya es mala suerte. Un compañero llegó un día y nos soltó eso de que en un juego de rol puedes hacer lo que quieras. Durante esa época recuerdo asistir a mis primeras jornadas de rol organizadas en un centro educativo religioso. Es curioso porque se trataba del típico centro con problemas a la hora de permitir jugar con peonzas a su alumnado durante los recreos y cosas por el estilo pero por otro lado en plena vorágine desinformativa facilitó la celebración de unas jornadas en sus instalaciones.
Me encantaba el olor de las cartas de magic. Fui un poco arrastrado a ese mundo que llegó a mi ciudad a finales del verano del 94. Me gustó mucho la verdad pero en el fondo lo mío seguían siendo los juegos de rol. Y aunque el magic pegó fuerte durante 1995 la gente volvió a las mesas. Mesas de 6 a 8 jugadores, campañas de frecuencia semanal a AD&D principalmente.
Tengo un gran recuerdo de esos primeros directores de juego. Eran ante todo grandes anfitriones que lograron tener a sus grupos de juego enganchados durante años semana sí y semana también.
En mi primer club de rol aprendí como funcionaba una asamblea, en qué consistía la democracia directa y la autoorganización y tuve noticias de otros temas de justicia social. Eramos un poco jipis.
Y me empecé a desvincular. Durante un tiempo fui director de juego en exclusiva y al llegar el verano se esperaba de mí que dirigiese partidas de rol a un ritmo diario. Eso acabó quemándome, una sensación que no había experimentado nunca y que no descubrí hasta muchos años después. Sin herramientas con las que lidiar con esa situación me decidí por la huída.
Por otro lado, me hice con una nutrida colección de juegos de rol que me entusiasmaba. Sentía esa urgencia por llevar esos juegos maravillosos a mesa y no era capaz de centrar mi atención. Además, al consultar a nuestro grupo de juego me encontré con diferentes preferencias y vetos vertidos de una forma un tanto vehemente que se me hicieron un poco bola. No supe gestionar las demandas de los jugadores.
Un tercer factor fue el tono alarmista de las publicaciones especializadas en juegos de rol. No sé en que momento el tono de euforia dió paso a un franco pesimismo y en un niño como yo, provocaron una honda impresión. El pensar en que todo se iba al garete me generaba angustia. Si alguien pretendió en algún momento salvar las ventas de su editorial en base a ese tipo de publicidad habría que recordarle que ese tipo de artículos no deberían dirigirse a un público mayoritariamente menor de edad.
Por último, el mercado se inundó con títulos que no me atraían. Fueron los tiempos en los que mundo de tinieblas comenzó a pegar fuerte. Personalmente las propuestas muy cerradas no me suelen interesar y encarnar por ejemplo, a un vampiro, entiendo que motive a mucha gente pero a mí me deja frío (¡Cuñaooooooooo!). Otro tanto ocurría con esas propuestas autorreferenciales en clave humorística, tendrán su público, pero a mí se me hacían cuesta arriba.
Y finalmente descubrimos que aunque nosotros pensábamos que con un único juego de rol podíamos jugar aventuras infinitas, las editoriales pensaban de otra manera. Salió la tercera edición de Dungeons & Dragons al mercado y claro con esas portadas que se marcaron fue imposible resistirse durante mucho tiempo. Pero un libro no se juzga por su portada, aunque sea una de mis prácticas de consumo habituales. Las ilustraciones interiores me parecieron muy pobres, el tono en el que estaba escrito era demasiado clínico y todo me pareció un lío de reglas y opciones que mi experiencia en mesa me decía que no iban a mejorar la experiencia de juego. Vamos, que en contra de la opinión popular de la época a mi no me gustó tercera edición.
Algo bueno tuvieron los artículos apocalípticos de las revistas. Cuando quebró la editorial Joc internacional me lo tomé como la señal que anunciaba el gran invierno y mientras todo el mundo empezaba a vender sus libros a precios irrisorios yo me dediqué a comprarlos. Sentía que todo había llegado a su fin pero que tenía material suficiente para satisfacer mis necesidades en lo relativo a juegos de rol hasta el día del juicio final.
Esos libros son los que me han acompañado todo este tiempo. Siempre han tenido un lugar preferente en mi estantería. Y llegado el momento, cuando me sentí preparado, volví a perderme en sus páginas con energías renovadas.
¡Tiene buena pinta este libro!
ResponderEliminarPor otro lado: ¿dirigir partidas de rol a ritmo diario? Madre mía.
No hace mucho jugué en unas jornadas cinco partidas en tres días. Es muy raro pensar que pasé más tiempo en personaje que despierto. Y el domingo ya no podía con el alma.
ResponderEliminar